Lo invisible, la justicia y el mal según
Platón.
«Ex aspectu nascitur amor»
«Ojos que no ven corazón que no siente»
O dicho
de otra manera: «oculi qui non vidiunt, cor quod non sentit». Y de otra forma: «suum quique pulchrum», «ojos hay que de lagañas se enamoran».
Para
empezar, Platón se pregunta: ¿Hay hombres justos por naturaleza?; En La
República «Siglo IV. A.C.)., Platón narra la historia del anillo de Giges:
Giges era
un pastor que servía al rey de Lidia. Después de una fuerte tormenta y un
violento terremoto, la tierra se rasgó y se abrió una grieta en el mismo paraje
donde pacía su rebaño. Asombrado por semejante suceso, el pastor bajó por la
hendidura y encontró, entre otras maravillas que se cuenta, un caballo de
bronce, hueco, lleno de pequeñas ventanas. Giges asomó la cabeza por una de esas ventanas
y vio un cadáver que parecía pertenecer a un gigante. En cuerpo estaba desnudo
y sólo llevaba puesto un anillo de oro en un dedo. El pastor cogió el anillo y
salió de allí. Días más tarde, acudió al encuentro mensual de los pastores para
dar razón al rey del estado de sus ganados, llevando el anillo en el dedo. Se sentó entre sus compañeros y, por
casualidad, hizo girar la piedra preciosa del anillo hacia la palma de la mano.
Acto seguido, se volvió invisible para la asamblea, la cual empezó a hablar de
él como se hubiera marchado. Sorprendido
por este prodigio, hizo girar el anillo en sentido inverso, colocó la piedra
hacia fuera y volvió a hacerse visible. Al darse cuenta de lo que ocurría,
realizó otra comprobación para asegurarse de su poder, y todo sucedió de la
misma manera; cuando giraba la piedra hacia el interior de la mano, el
desaparecía, y cuando giraba hacia afuera, volvía a aparecer. Seguro de su
descubrimiento, se hizo incluir entre los mensajeros que prestaban servicios al
rey. Cuando llegó al palacio, sedujo a la reina y, con la ayuda de ésta,
asesinó al rey y se apoderó del trono.
Conocemos
el sentido que Platón otorga a esta fábula pesimista; el hombre nunca es justo
por su propia voluntad, sino obligado por el peso de la ley. Sólo actuamos
correctamente porque no tenemos la oportunidad de cometer injusticias. Sin
embargo, la alegoría del anillo de Giges puede enseñarnos otra lección. Platón nos
indica que existe una relación esencial e inmediata entre el mal y lo
invisible. La invisibilidad es la solución perfecta para escapar de la
observación de los demás y, por ende, del control social. El hombre tiene la
posibilidad de convertirse en un dios. La visibilidad social implica la
obligación. La invisibilidad garantiza la libertad absoluta. Es la fuente de
todo poder.
Así lo
confirma el poeta Baudelaire: el mayor
engaño del diablo consiste en convencernos de su inexistencia. El arte de
callar –según el Abate Dinovart- es la cultura del silencio de las
sociedades secretas, de las sociedades invisibles, que parecen desfasadas, e
incluso encontrarse en franca contradicción con los valores modernos de
comunicación y transparencia, con los mejores autores del siglo XVII que en
medio de sociedades cortesanas, percibían en el silencio el arte, a un tiempo
de la conversación y la conservación. Al silencio se le reconoce una
superioridad sobre la conducta de la vida ordinaria. Cualquier palabra
comporta, en efecto un riesgo de pérdida de poder y puesta en peligro.
Baltazar
Gracián encarna este doble papel del dominio de si mismo y la prudencia de la
siguiente manera.
1.-
Sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir algo más valioso
que el
silencio.
2.- Hay
un tiempo para callar, igual que hay un tiempo para hablar.
3.- El
tiempo de callar debe ser primero cronológicamente y nunca se sabrá hablar
bien si antes no se ha aprendido a callar.
4.- No
hay menos debilidad o imprudencia en callar cuando uno está obligado a hablar,
que ligereza e indiscreción en hablar cuando se debe callar.
5.- Es
cierto que, en líneas generales, se arriesga menos callando que hablando.
6.- El
hombre nunca es más dueño de sí que en
el silencio: cuando habla parece, por así decir, derramarse y dispersarse por el discurso, de forma que
pertenece menos a sí mismo que a los demás.
7.-
Cuando se tiene algo importante que decir, debe presentársele una atención
particular: hay que decírselo a uno mismo, y, tras esta precaución,
repetírselo, no vaya a hacer que haya motivo para arrepentirse cuando uno ya no
sea dueño de retener lo declarado.
8.- Si
se trata de guardar un secreto, nunca calla uno bastante; el silencio es
entonces una de esas cosas en las que de ordinario no hay exceso que temer. En
otras palabras en boca cerrada no entran las moscas.
El
auténtico peligro de hoy es aquello que no se ha visto o no se ha querido ver,
que se ha subestimado o no se ha creído . La gran criminalidad organizada se
sacia con las sombras y entiende la ocultación permanente como medio de
supervivencia frente al tiempo y a la represión.
El mal
es la continua insidia contra la unidad de vida y a su vez contra la
libertad espiritual;
y si es
soterrado, encubierto y persistente e invisible, ¡que Dios nos agarre
confesados!
El que
no castiga el mal, ordena que lo hagan, por eso Dios no quiere a los buenos
cuando son menos que los malos. Y los
buenos son aquellos que luchan por la unidad de la vida y de lograr la libertad
espiritual.
Total, una vida sin reflexión y amor al trabajo no merece
vivirse.
Nos vemos en la siguiente entrega, será todos los días.
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