Iglesia y Estado
«Non est aequum nos derenlinquere verbum Dei, et ministrare mensis»
(NOVUM TESTAMENTUM DOMINI NOSTRI JESU CHRISTI, Justa Sixto-Clementinam anni 1592 divisionibus et concordantiis ornatum)
«No es conveniente que descuidemos
la palabra de Dios por el servicio de las mesas»
o lo que es lo mismo para que dar
tanto brinco estando el suelo tan parejo: zapatero a tus zapatos. Se trata de
hacer el bien cualquiera que sea la camiseta y sin ver a quien.
Por
Francisco Flores Aguirre y
Francisco Flores Legarda
Filosofando con Unga
“Todo el mal que puede desplegarse en el mundo se esconde en un nido de
Traidores” Francesco Petrarca.
Para que se acuerden nos cuenta Paco Ignacio Taibo II en su libro Temporada de
Zopilotes, que el General Huerta le tenía colocada por el bando a contrario de
don Pancho I. Madero, algunas ametralladoras nuevas para la época, en lugares
estratégicos por el cual no podían tomar la Ciudadela: Una de ellas estaba en
la torre de catedral; “Una sola buena noticia para el presidente (Madero) los
aspirantes que estaban actuando como francotiradores en la torre de catedral,
se han fugado con la complicidad de los sacerdotes disfrazados de curas,
claro.”
Los hombres y las mujeres de México, desde el siglo XVIII hasta la fecha, han
escudriñado en la historia con una curiosidad que está llena de esperanza, pero
a la vez también de angustia y preocupación. Percibimos un viraje en la
situación actual de México, sin que podamos de momento calibrar exactamente la
amplitud y profundidad de este giro. Es posible escrutar cuales son las fuerzas
impulsoras del desarrollo histórico de México con sólo contemplar su curso, la
formación de sus estructuras actuales y el proceso de su
dinamismo.
En tiempos tales como los presentes, solemos decir que somos los únicos que
tenemos la verdad. Los fanáticos recalcitrantes se dan en todos los niveles:
desde el fanático cristiano ultraderechista que sólo ve “moros con tranchetes”
o trabajadores que no ayudan a crecer el capital hasta la otra polaridad
socialista tan maltratada y tan poco comprendida; y aún otra posición de los
que quieren ser ecuánimes, acusando ambas corrientes de fascistas sin siquiera
conocer el significado ideológico de esta doctrina. Buena falta nos hace una
dosis de tolerancia y de respeto a la forma de pensar del otro y que al fin de
cuentas permiten mantener un equilibrio social.
Es profética la afirmación de San Agustín en su obra La Ciudad de Dios, cuando
dice:
“Dos amores fundaron pues dos ciudades, a saber el amor propio hasta el
desprecio de Dios, la terrena y el amor de Dios hasta el desprecio de si
propio, la celestial.... He dividido a la humanidad en dos grandes grupos: uno,
el de aquellos que viven según el hombre, y otro, el de los que viven según
Dios.... El primer hijo de los primeros padres del género humano fue Caín, que
pertenece a la ciudad de los hombres, y el segundo, Abel el cual forma parte de
la ciudad de Dios.”
Desde el reconocimiento en el año 313 de la libertad religiosa por
Constantino y Licinio, en el Edicto de Milán, colocan al cristianismo en
condiciones igualitarias frente a las otras religiones. Y así lo afirman:
“Yo, Constantino Augusto, y yo también Licinio Augusto, reunidos felizmente en
Milán para tratar de todos los problemas que afectan a la seguridad y el
bienestar público, hemos creído nuestro deber tratar junto con los restantes
asuntos que veíamos merecían nuestra primer atención para el bien de la
mayoría, tratar, repetimos de aquellos en los que radica el respecto de la
divinidad, a fin de conceder tanto a los cristianos como a todos los demás,
facultad de seguir libremente la religión que cada cual quiera, de tal modo que
toda clase de divinidad que habite la morada celeste nos sea propicia a
nosotros y a todos los que están bajo nuestra autoridad”
Esta postura fue reforzada en el año 380 por el Edicto de Tesalónica cuando proclama
al cristianismo religión oficial del Imperio. Y que como una nota del tiempo
cuando Juan José Arreola visitó Chihuahua, señaló que en ese momento la Iglesia
Católica perdió su prístina santidad.
Este edicto así lo describe:
“Queremos que todas las gentes que estén sometidas a nuestra clemencia sigan la
religión que el divino apóstol Pedro predicó a los romanos y que perpetuada
hasta nuestros días, es el más fiel testigo de las predicaciones del apóstol,
religión que siguió también el Papa Dámaso y Pedro, Obispo de Alejandría, varón
de insigne santidad de tal modo que según las enseñanzas de los apóstoles y las
contenidas en el Evangelio, creamos en la Trinidad del Padre Hijo y Espíritu
Santo, un solo Dios y tres personas con el mismo poder y
majestad.
Ordenamos que de acuerdo con esta ley todas las gentes abracen el nombre de
cristianos y católicos, declarando que los dementes o insensatos que sostienen
la herejía y cuyas reuniones no reciben el nombre de iglesias, han de ser
castigadas primero por la justicia divina y después por la pena que lleva
inherente el cumplimiento de nuestro mandato, mandato que proviene de la
voluntad de Dios.” (C. Th. XVI, 1-2 a. 380, citado por M. Artola, Textos Fundamentales
para la Historia, p.p. 21-23).
Desde entonces se ha creado la confusión entre sociedad política y sociedad
religiosa que lleva en el fondo el problema del poder supremo de preguntarse en
dónde radica finalmente la autoridad.
Así el Papa Inocencio III se atribuye el derecho de juzgar la capacidad del
emperador electo en la bula Venerabilem
de 1208 y al formular la teoría de la luna y del sol:
Del mismo modo que Dios, creador del universo colocó en el firmamento dos
grandes astros, el mayor para iluminar el día y el más pequeño en la noche así
también en el espacio universal, llamado Iglesia con celeste nombre, estableció
dos potestades suprema, la autoridad de los pontífices y la potestad real, para
que estén al frente de las almas la mayor y de los cuerpos la menor, comparado
respectivamente al día y la noche. Por lo tanto, lo mismo que la luna, porque
recibe la luz del sol es inferior a él no solo en cuanto a la cantidad, sino en
calidad, así como en volumen y en efectos, igualmente el resplandor de la
potestad real dimana de la autoridad pontificia, y cuanto más se aproxima su presencia
menor es su luz y brilla con tanta mayor nitidez cuando más lejana está.”
(Epístola Sicut Universitatis conditor, 1198, apud S. Balzzius: Epístolarun Inocentii III, I, 234; citado por M. Artola,
Textos Fundamentales para la Historia, p. 126).”
Por otro lado, la consolidación de las monarquías nacionales condujo a una
renovación de los antagonismos con la Iglesia. El conflicto desembocó en la
eliminación de la teocracia pontificia y el triunfo del espíritu laico, tanto
en el orden institucional, como en doctrinal, donde Marsilio de Padua -Defensor Pacis (1314-1320)- afirma la
superioridad del estado al no reconocer ningún tipo de jurisdicción a la
Iglesia, por cuanto ley divina impone penas ultraterrenas, en tanto que toda
pena terrenal –símbolo de la capacidad jurisdiccional- es de exclusiva
competencia de la autoridad temporal del príncipe, y así lo defiende:
De aquí que sea realmente asombroso
que un obispo o sacerdote, cualquiera que sea, asuma por si una autoridad mayor
de la que cristo y sus apóstoles tuvieron en este mundo. Por cuanto ellos
fueron juzgados, como si fuesen siervos, o los gobernantes, mientras sus
sucesores, no solo se negaron a someterse a los gobernantes, en contra del
ejemplo y mandato de cristo y a los apóstoles, sino que incluso pretenden ser
superiores en poder coercitivo a los máximos poderes gobernantes.” (Marsilio de Padua. Defensor Pacis, 1325, M. Artola, Textos
Fundamentales para la Historia, p.p. 132-133).
El pueblo cristiano para la solución
de sus problemas espirituales requiere de guías espirituales no de líderes
políticos.
Para participar en política, el pueblo decide los líderes que quiere tener. Y
si no ha escogido a sus mejores hombres, tendrá el gobierno que se
merece.
Estimados hermanos, pastores religiosos: Si alguno de ustedes le interesa tanto
la realidad humana concreta de este mundo y se les hace poco cumplir con la
vida personal o con la familiar, base y proyección para el orden profesional,
económico, social, político y religioso; y si creen que pueden ser todólogos,
dando la soluciones en todos los órdenes, los invitamos a despojarse de sus
vestiduras de quijotes y verán que los molinos de viento, ya se han convertido no
en gigantes, sino en monstruos apocalípticos.
Es fácil criticar al mundo laico, cuando no se esté en él. Si se quiere
participar en su transformación mundana, la cual tanto les preocupa, éntrenle
al toro con nosotros y se van a dar cuenta que estos animales se perciben
diferentes cuando se está detrás de la barrera y con el estómago
lleno.
Zapatero a tus zapatos, dicen Los Hechos de los Apóstoles:
“Por aquellos días, habiendo aumentado el número de los discípulos, los
helenistas se quejaron contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas
en el servicio diario.
Los Doce reunieron a la Asamblea de los discípulos y les dijeron: ‘No es
conveniente que descuidemos la palabra de Dios por el servicio de las mesas.
Por eso busquen de entre ustedes a siete hombres de buena fama, llenos del
Espíritu Santo y de su sabiduría, para confiarles este oficio. Nosotros nos
dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra.’
Toda La Asamblea estuvo de acuerdo y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y
del Espíritu Santo, a Felipe, Proco, Nicanor, Timón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía;
los presentaron a los Apóstoles, quienes, después de orar, les impusieron las
manos.
La palabra de Dios se difundía y el número de los discípulos en Jerusalén
aumentaba considerablemente. Incluso un gran número de sacerdotes aceptaron la
fe.”(Hechos de los Apóstoles, 6, 1-7).
¿Es la palabra de Dios, manifestada en el Nuevo Testamento viejo y obsoleto
argumento de otra época?
Ahora, según San Agustín, ¿A cuál bando pertenece: a la ciudad de Dios o a la
ciudad de los Hombres? Finalmente, a cuál ciudad quiere pertenecer según B.
Brecht: El señor K. prefería la ciudad B. a la ciudad A. En la ciudad B. lo
trataban con amabilidad. En la ciudad A. todos procuraban serle útiles, pero en
la ciudad B. lo necesitaban. En la ciudad A. lo invitaban a la mesa, en la
ciudad B. lo invitaban a la cocina.
Total, una vida sin reflexión y amor al trabajo no merece vivirse….y desde
luego salud y larga vida.
p.d. Este ensayo, hace algunos años, se publicó en revistas y
editoriales en los diarios del Estado; también en Proceso, Revista Nacional. Se
los recordamos, ahora, que los fariseos se rompen las vestiduras. Recuerdo
cuantas mentadas.
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